Celebramos el 11 de diciembre, Día Internacional de las Montañas, con el bello testimonio y sentir del montañista Álex Barbarrubia. Os invitamos a palpitar con las profundidades de la naturaleza
Es en las montañas, y no en otro lugar, donde me limpio y me purifico de la carga que representa la superficialidad y la deshumanización de una urbe de cemento. Mi auténtico yo siente que no pertenece a la fría metrópoli y siempre desea sumergirse en la bella armonía de la naturaleza.
Cuando me adentro en esos caminos que transcurren por espacios naturales salpicados, unas veces de granito, otras de caliza, gneises, conglomerados…, termino sustituyendo la dictadura del reloj por el fluir del verdadero tiempo, la pesadez del ambiente urbano lastrado de contaminación por el aire puro cargado de oxígeno y, por qué ocultarlo, el inmenso ego del ser metropolitano por una cura de beneficiosa humildad.
Integrarme en todo ello y saber escuchar lo que nos susurra el entorno es una lección de vida en sí misma y enriquecerme con estas sugestivas enseñanzas es un regalo que no pienso desaprovechar.
Respeto su grandiosidad y fuerza demostrada en un mundo de sensaciones
Disfruto de todo lo que me ofrece: las formas y los pliegues de su relieve, el desgaste provocado por la perseverante erosión, las gargantas y los desfiladeros esculpidos con tesón, los bosques que la cubren y que varían según latitudes y alturas, su precioso abrigo blanco de invierno, la sinfonía del agua dibujando su curso, la explosión de los colores primaverales, el traje cobrizo para el otoño o el abanico cristalino de azules y verdes de sus ríos.
Tampoco se debe olvidar el respeto exigible a su grandiosidad y fuerza, demostrada con el rugir de sus vientos, el incisivo frío de sus cumbres, la potencia abrumadora de una avalancha, el angustioso retumbar de una tormenta o el imponente rugir de sus torrentes cuando van cargados de agua. Todo un mundo de sensaciones.
Una pasión que viene desde niño
La pasión que siento por la montaña se inició hace muchos años. Como suele ocurrir con frecuencia, se lo debo a mis padres, que sembraron en mi corazón la semilla del amor por la naturaleza como consecuencia de su entusiasmo por viajar en autocaravana. Desde que tengo uso de razón, he tenido la suerte de poder disfrutar de innumerables excursiones por entornos naturales, acrecentando en cada uno de ellos mi admiración por estas grandes e imponentes estructuras geológicas llamadas montañas.
A medida que fui creciendo, el deporte se convirtió en una afición imprescindible. Y así como la mayoría de los jóvenes practicaban fútbol, baloncesto, bicicleta o natación, en mi caso, me atraían más las actividades deportivas que se desarrollaban en plena naturaleza. Y me gustaban más cuanto más salvaje era el entorno.
Las experiencias en la montaña consiguen extraer lo mejor de mí, la mejor de mis versiones
A día de hoy, he probado muchos deportes de naturaleza, pero no me considero profesional en ninguno de ellos y, quizás, sea un indicador de lo que significa para mí: compartir y colaborar. En la montaña, la mayoría de las veces compites contigo mismo para superar retos personales y estos se transforman en colaboración con unos compañeros que comparten tu misma pasión y que, a partir de ahí, se convierten en tus hermanos de esfuerzo, en tus hermanos de montaña. Estas experiencias consiguen extraer lo mejor de mí, la mejor de mis versiones, la persona que me gusta ser. Es como si supiera que ése es mi sitio, el lugar donde debo estar, donde me siento cómodo y acompañado de toda esa bella inmensidad.
Aunque alguno se pueda sorprender, hay que tener en cuenta que las montañas son los últimos reductos de naturaleza salvaje, los últimos espacios auténticos en los que se puede ver y sentir la realidad de lo que somos y de donde venimos. Hoy en día, esto supone un verdadero privilegio, un oasis de frescura en medio del gran teatro que representan los territorios modificados y urbanizados, siempre a beneficio e interés de una sociedad enferma, identificada con una escala de valores distorsionada por el consumismo.
Recuerdo que, de joven, me encantaban documentales del tipo “Al filo de lo imposible”, de modo que, cuando mis amigos comentaban jugadas de alguna estrella del fútbol, yo hablaba de mis referentes del mundo del alpinismo y la escalada, como Iñaqui Ochoa o Walter Bonatti. Me apasionaba leer y conocer sus hazañas. Me sentía identificado con sus sentimientos, pese a la dificultad de explicar la aparente locura que representa tener que soportar y superar ciertos momentos muy difíciles, en condiciones extremas. Dentro de mi cabeza, sabía que ése era mi camino, el correcto, y mi destino.
Esa admiración me empujó a querer ser como ellos. Sin embargo, también admiraba a los monitores que tuve en los campamentos. Fueron mis profesores de escalada y mis monitores de naturaleza y siempre despertaron en mí una motivación especial.
Conservemos la montaña, lo único que debemos hacer es no hacer nada, proteger sin interferir
Por ello es tan importante conservar las montañas lo más salvaje y natural posible, tratando de no interferir en los planes que la madre naturaleza tenga para ellas. Lo mejor de todo es que lograrlo resulta muy sencillo: lo único que debemos hacer es no hacer nada, sólo proteger sin interferir, sin dejar huella de nuestro paso. Tenemos que estar ahí exclusivamente para escuchar, ver y sentir toda esa indescriptible explosión de sensaciones y disfrutar de los entornos de montaña.
Como sociedad, debemos concienciarnos de la importancia de los entornos naturales y de las montañas. Es esperanzador observar ciertos cambios que la gente está asumiendo en relación con los entornos naturales. Personalmente, pienso que mostrar la impresionante belleza del planeta y de la vida, en especial de sus montañas, genera un sentimiento de admiración y respeto parecido al que yo tuve en mi juventud.
Concluyendo, debo afirmar la indudable importancia de la educación. Con ella, se puede conseguir el respeto y el amor a la naturaleza, a las montañas. Y eso, sin duda, tiene grandes posibilidades de éxito.
Álex Barbarrubia
Naturaleza Savia destaca:
- En las montañas surge el auténtico yo y se sustituye la dictadura del reloj por el fluir del verdadero tiempo, la pesadez del ambiente urbano lastrado de contaminación por el aire puro cargado de oxígeno y, por qué ocultarlo, el inmenso ego del ser metropolitano por una cura de beneficiosa humildad.
- Es imposible no rendir respeto a su grandiosidad y fuerza, demostrada con el rugir de sus vientos, el incisivo frío de sus cumbres, la potencia abrumadora de una avalancha, el angustioso retumbar de una tormenta o el imponente rugir de sus torrentes cuando van cargados de agua. Todo un mundo de sensaciones.
- Las montañas son los últimos reductos de naturaleza salvaje, los últimos espacios auténticos en los que se puede ver y sentir la realidad de lo que somos y de donde venimos. Hoy en día, esto supone un verdadero privilegio, un oasis de frescura en medio del gran teatro que representan los territorios modificados y urbanizados, siempre a beneficio e interés de una sociedad enferma, identificada con una escala de valores distorsionada por el consumismo.