No siempre el hambre nace de nuestro estómago o de la necesidad de nutrientes. A veces, el hambre surge del corazón
El hambre de corazón es el hambre de felicidad, de conexión con la vida y con las personas; es el hambre de intimidad, que curiosamente se manifiesta con unas intensas “ganas de comer”. Es el hambre que nos lleva a comer alimentos que nos reconfortan, nos calman, nos recompensan o insensibilizan de las preocupaciones y sufrimientos.
La comida, entonces, se convierte en una píldora mágica que intenta llenar los huecos del alma a través de la boca y el estómago. Pero ningún alimento puede por sí mismo satisfacer ese tipo de hambre; para colmarla hemos de aprender a alimentar a nuestros corazones.
El hambre de corazón nos lleva a comer de modo inconsciente, en grandes cantidades
Todos experimentamos el hambre de corazón: la comida fue la primera forma que encontramos para calmar nuestras emociones de bebés, cuando unidos al pecho de mamá o a su biberón, nos sentíamos seguros y reconfortados. Asociamos que la calma, la conexión y el amor llegan a la vez que la comida. Ahora, cuando nos sentimos en desequilibrio, nuestras memorias emocionales nos piden esas comidas deliciosas o dulces con los que nos sentimos seguros y queridos.
El hambre de corazón, a diferencia del hambre del estómago, aparece súbitamente y nos pide comida con urgencia. Da igual si acabamos de terminar de comer… No es un hambre física y nos lleva a comer sin pensar, en grandes cantidades, de modo inconsciente.
Nos lleva a abrir la nevera cuando estamos cansados, molestos o tristes y buscar en ella consuelo, a recompensarnos por un día duro comiendo chocolate frente al televisor o la tablet, a comer una bolsa entera de patatas fritas sin darnos ni cuenta…
Es necesario un viaje a nuestro interior para desenmarañar nuestra relación con la comida, con nosotros
La comida se puede convertir en la sustituta del equilibrio emocional, pues tapa nuestras carencias emocionales. Pero para saciar verdaderamente nuestra hambre de corazón es necesario un viaje a nuestro interior donde comprender y desenmarañar nuestra relación con la comida, con nuestros afectos y emociones, con nuestro cuerpo, con el amor, con la vida.
Para aliviar el hambre emocional necesito preguntarme ¿qué siento?, observar lo que hay debajo e identificar qué emoción estoy calmando con comida. Vamos a ponerle nombre a lo que nos ocurre, a identificar lo que necesito y si hay algo que me molesta o necesito cambiar.
Quizá tengo un exceso de estimulación al cabo del día: cientos de whatsapp, redes sociales… y la comida me ayuda a crear una burbuja protectora al exceso de estímulos.
Quizá el hambre de corazón me muestra que soy muy duro conmigo mismo y que necesito más dulzura. Si es así, cuidaré mi lenguaje interno para hablarme mejor, con más ternura y amabilidad.
El hambre de corazón está relacionada con la intimidad, con la necesidad de tener una verdadera conexión con los demás y conmigo mismo. Para satisfacer esto quizá requiera ampliar mi mundo social, atreverme a salir del contexto conocido y reducido y abrirme a la plenitud de ser aceptado y amado más allá de su propio entorno de confort. Requiere buscar la conexión con los demás, superar los miedos al rechazo, al abandono, desarrollar nuevas habilidades sociales y aceptar la vulnerabilidad que se puede sentir en el contacto con los otros.
Es muy importante aprender a comer conscientemente, con presencia y atención, pues de esa manera de alimentarnos surge una sensación de intimidad y conexión. Yo estoy conmigo, me escucho, me atiendo. Entonces la comida sí puede alimentar mi corazón. El hambre de corazón se satisface con intimidad cuando superamos la sensación de sentirnos solos y separados de la vida y de los demás. La comida casera nos trae recuerdos reconfortantes de cuando alguien nos la preparó. Hay historias cálidas asociadas llenas de sensaciones de conexión, amor y compañerismo. El corazón se nutre de la intimidad con los demás y a veces esa intimidad iba acompañada de una fragante y rica comida casera, y lo asociamos, pero no es sólo la comida lo que nos nutrió. Ahora mi presencia, la conexión conmigo, también me puede reconfortar.