Descubrimos cómo detectar y detener el hambre emocional, impulsiva, que busca placer inmediato en la comida para solucionar una carencia interna
El mayor enemigo del sobrepeso es el llamado “picoteo” o lo que viene a ser comer
por impulso o por hambre emocional.
El hambre emocional no es hambre real, no es hambre fisiológica, y se caracteriza
porque la persona que la padece siente una necesidad imperiosa por atracarse o
seleccionar ciertos tipos de alimentos que, generalmente, son alimentos superfluos con
azúcares y grasas.
¿Por qué ocurre esto?
Es un mecanismo de nuestro cerebro para cubrir una necesidad emocional que requiere de nuestra atención. Cuando una emoción se desequilibra y nos crea conflicto, se activa un estado de alarma orgánico y cerebral que, de alguna forma, “nos pide ayuda” para evitar que ese desequilibrio se sobredimensione y, así, evitar un desasosiego y malestar mucho mayor y más difícil de gestionar.
¿Por qué nos da por comer compulsivamente ante ese conflicto emocional?
Porque es lo más fácil de conseguir de forma rápida y que, a la vez, proporciona un placer inmediato que nos hace sentir mejor al instante ante ese estado que no nos gusta y nos produce malestar.
Además, este tipo de reacción ante la comida se caracteriza porque la persona, muchas veces, ni siquiera es consciente de ese acto automático e incluso desconoce el origen de esa necesidad, pero no la puede controlar.
El resultado de esa actitud es que la persona que lo experimenta, con frecuencia,
acaba ganando peso graso, empeora su salud y, lo peor de todo, sigue sin resolver el
conflicto emocional que le provoca esa actitud impulsiva frente a la comida y ese ciclo
se repite de forma recurrente ya que el cerebro asocia ese impulso con la solución. Sin embargo, en realidad, solo se trata de un parche que se acaba “despegando”, dejando al
descubierto la herida sangrante. Es la respuesta a una carencia interna.
Si a eso le sumamos que, después del “atracón”, la persona se siente culpable, decepcionada y frustrada, tenemos un panorama bastante negativo para nuestro equilibrio y bienestar, ¿no creéis?
¿Cómo podemos detectar si comemos por impulso o por hambre fisiológica?
Ésta es una gran pregunta que tiene una gran respuesta: el hambre fisiológica, el hambre real, no es selectiva; es decir, cuando se tiene hambre real, te comerías cualquier cosa: una manzana, un caldo, una zanahoria… cualquier cosa y no necesariamente comida chatarra.
Sin embargo, con el hambre emocional ocurre algo muy diferente. Cuando nos
dirigimos a la nevera o a la despensa y empezamos a mirar y seleccionar un
determinado tipo de alimento que casi nunca es una pieza de fruta, hortalizas o
proteína limpia, eso es hambre emocional.
El hambre real solo exige que “llenes el buche” con algún alimento que encuentres al
paso, no selecciona, simplemente nos pide que saciemos una necesidad fisiológica y
no una necesidad emocional.
¿Cómo podemos evitar caer en la tentación o, mejor dicho, evitar el impulso a pesar de la tentación?
Hay diferentes herramientas y técnicas, pero en este post, voy a agrupar las que creo
más relevantes y verificadas por mí. Aquí van estas cinco claves para evitar las tentaciones:
1. Identifica el origen, ¡eso es muy importante!
Pregúntate: ¿Estoy estresad@ o aburrid@? ¿Me acabo de enfadar con alguien y ahora necesito un par de donuts?
Utilizar la comida para calmar nuestro estado de ánimo nos condena a que relacionemos ese alimento superfluo con nuestro bienestar. No nos olvidemos de que un trozo de chocolate te levanta el ánimo, pero dura poco y tu cerebro te pedirá más y más de ese placer externo y fugaz.
2. Cuando vamos al supermercado, hay que ir sin sensación de hambre y con una lista de compra bien definida. Así evitaremos que esa hambre fisiológica nos haga comprar por la vista y, si llevamos una lista con lo que realmente necesitamos comprar para alimentarnos de forma saludable, evitaremos comprar otros alimentos más superfluos y vernos obligados a ir varias veces al mercado con el consecuente peligro que lleva tantas idas y venidas ante la visión del paquete de galletas y los donuts.
3. Antes de empezar una comida, beber un par de vasos de agua, tomar una infusión o una taza de caldo vegetal o masticar algún alimento duro, como una zanahoria cruda, pepino, hinojo, etc., para llenar un poco nuestro estómago antes del plato fuerte. Eso nos ayuda a comer con menos ansiedad, ser más conscientes de lo que comemos y saciarnos antes.
4. Lavarnos los dientes de forma inmediata después de ingerir el último bocado de nuestro menú y si lo hacemos sin pensar, mucho mejor. Una vez nos hemos lavado los dientes, nuestro cerebro lo asocia con el final de la ingesta alimenticia y deja de mantenerte en alerta ante la comida.
5. Haz deporte. La actividad física es una de las mejores “medicinas” contra la ansiedad y actúa como “ansiolítico” natural y sin efectos secundarios nocivos para nuestra salud. Además, activa nuestras endorfinas y nos hace sentirnos más positivos y motivados y, por tanto, nos será más fácil alinearnos con una alimentación saludable sin tantos impulsos por la comida chatarra.
Como siempre digo, somos lo que decidimos comer y hacer, pero por suerte, eso nos
hace libres de decidir lo correcto. No hay ninguna fuerza externa extraordinaria que
nos impida elegir correctamente qué estilo de vida queremos llevar. La otra ventaja es
que esas decisiones correctas se entrenan y cuantas más veces decidamos bien, menos
nos costará volver a tomar el camino hacia nuestro bienestar.
Y si te cuesta hacerlo por ti solo, no te olvides que para eso estamos los profesionales
de la nutrición y hábitos de vida.
Xavier Miralpeix
Si quieres saber más sobre Xavier y contactar con él, pincha sobre su nombre
Naturaleza Savia destaca:
- El hambre emocional no es hambre real, no es hambre fisiológica, y se caracteriza porque la persona que la padece siente una necesidad imperiosa por atracarse de alimentos normalmente grasos o ricos en azúcares.
- Proporciona un placer inmediato que nos hace sentir mejor al instante ante un estado emocional que no nos gusta y nos produce malestar.
- El resultado de esa actitud es que la persona que lo experimenta, con frecuencia,
acaba ganando peso graso, empeora su salud y, lo peor de todo, sigue sin resolver el conflicto emocional.