Nadie somos perfectos, todos tenemos heridas y debilidades, pero también todos tenemos un sentido en esta vida
No hace mucho mi madre me contó un cuento; sí, mi madre me siguió contando cuentos de mayor. Esta historia me transmitió mucho:
Érase una vez un hombre muy pobre que cada mañana se levantaba muy temprano para ir hasta el pozo, a muchos kilómetros de distancia, llenar dos cubos y volver al pueblo para vender el agua.
Después de muchos días, uno de sus cubos se quejó: “Mira, yo soy fuerte y robusto y no derramo nada de líquido. El otro cubo, sin embargo, está roto y pierde agua cada día. Deshazte de él, no te sirve más que para molestar y perder el tiempo”.
Cada gota que has derramado ha sido una gota de vida
El compañero, entre sollozos, reconoció sus grietas. El buen hombre le tranquilizó: “No te preocupes, ya sabía de tus heridas y no me importan”.
El recipiente roto, sorprendido, preguntó por qué seguía usándole si era inútil.
Y el buen hombre le contestó: “Seca tus lágrimas y observa el camino que recorremos cada día. Cada gota que ibas derramando a cada paso ha sido una gota de vida para la tierra. Mira todas las flores que han nacido gracias a ti”.
Permítete ser tú mismo
El camino hasta el pueblo, con un lado lleno de flores y otro árido, se convirtió en motivo de visita para muchos, sorprendidos por la originalidad y belleza del paisaje.
Nadie somos perfectos, todos tenemos heridas y debilidades, pero también todos tenemos un sentido en esta vida. Permítete ser tú mismo.